Palidezco ante la sal añeja de las lágrimas derramadas. Repito esa herida crepuscular y no es el sol son ojos los que se ocultan. Hemos ido dejando sangre en los pechos y un dulce cementerio de mariposas en las bocas. Que no te quepa en la mente el fuego de los árboles calcinados ni los veleros fugaces yendo y viniendo en el aire como soplos. No dejes de colgar miradas en el cielo o lanzar caricias infinitas, aunque a veces haya desahuciados que escupen el firmamento.