Cuando un cielo nos separa, con el reflejo de mi cara en esta ventanilla, siento tu despedida en mi mejilla. Una cosquilla rara, como si me traspasaras y arrancaras la costilla.
No te estaría escribiendo si el final no fuese triste. Sin dudar cambio estas alas de metal por las plumas que me diste. Algunas de ruiseñores, mas otras de gallina. A veces colchón de flores, otras alfombras de espinas.
Y así fue que maduré en el verde de tu huerto. Y crecí al punto que mi alma ya no cabe en este cuerpo. Por eso es que dejé una parte allí, en el piso de mi amigo, al lado de un abrigo. Y sólo empaqué el castigo de echar de menos lo que fui.
He bebido de tu Palma, sumergido en varias calas. Sobre las fotos de tu espalda, los recuerdos se acicalan.
Isla infinita, Mallorca, mis pies ya te necesitan. Se agitan en el aire, en el baile de la horca.