Había sed y manó agua de vertientes,
hontanares que generosos la saciaron
hasta una saciedad que hizo de latidos
un latir innecesario.
Mas siempre la nube era buscada
para rogarle que sustente al manantial
por si vuelve la sed.
Que no haya lenguas secas incapaces
de decir te quiero, ni aspereza en labios
que esquiven besos de otros besos.
Había agobio y hubo sombras protectoras
que llevaron al sosiego y que fue bálsamo
hasta una calma en la que ya inspirar
dejó de ser aire preciso.
Y siempre serán cuidadas esas sombras
de árboles benditos en sus copas
por si el agobio vuelve.
Que no haya agobios que en su pesadumbre
eviten el abrazo, ni en sus penas mueran
las caricias que erizan la piel.
De mi libro “Del sentir que reverbera”. 2018 ISBN 978-987-763-458-7