Yo canto al hombre que sabe andar solo
entre las multitudes al margen de los sentidos
en busca del aire donde abre
al morir la voz, un precipicio.
Yo paro al paso en la muchedumbre
del que siempre será un desconocido
y lleva, en los ojos escarpados,
la lluvia imprecisa de un renglón vacío.
Yo ando su mismo amanecer entre los grajos
bajo los brazos de árboles cruzados
ahórcandonos la gloria, callados,
en mil silencios oscilando.
Yo rindo ante los cantos del Licántropo
y me esfingo ante su aullido extinto
esperando un solo temblor, un suspiro;
si me lo pidiera, podría romper vuestro mundo.