Si vienes a estos frondosos arboles
y caminas cejijunta por la orilla de sus senderos
te contarán que he venido hasta ellos
a cantar mi elegía de amor.
El viento te diría que templó
su violín para acompañarme;
la tormenta que aparejó sus tambores
iniciando sus goon para ensayar
la vieja melodía de la lluvia.
Mis cuerdas bucales alzaron en tono mayor
las estrofas de amor que el corazón les dicto.
Grávido de la opulencia
de los sentimientos escatimados
entre el bosque, la lluvia
y el sendero escarpado
grite tu nombre para que el eco
lo llevaran las voces de los arboles.
Así todos íbamos cantando
la canción de amor del bosque
que febrilmente compuse para ti.
La sombra de una estrella
bailaba junto a mi. Eras tú
perpetuada en polvo cósmico,
en diminutos pelos de raíces
que como cabellera dibujada
se adentraban en mi alma delirante.
Todo respiraba a tu aroma
de madre selva virgen.
Abrazado a la diáfana metamorfosis
del bosque y de sus infinitas sombras
mi pensamiento cabalgaba desbocado
buscando encintar tu boca
con besos de hongos livianos
que destilaran elixir psicotrópicos
y me devolvieran las aureolas
de tus senos vírgenes de musa.