Este poema está dedicado a la tierra de mi amada, que la vio nacer.
La primera vez que me llevaste, ilusionada, llegamos en la noche,
la noche era silenciosa, de luna clara.
Ya se divisaban las tejas, rojizas, vestidas de blanca escarcha.
En el silencio de la noche se oían los caños de la fuente,
de agua fría y clara.
Calles estrechas, casas de piedra, tejados rojizos, chimeneas blancas.
En la alta montaña, un castillo, rodeado de enebros y pinos verdes,
con la luz de la luna.
Por la mañana ya empezaba la fiesta, la fiesta de la Virgen de la Blanca.
Los vecinos llevaban lirios y flores, rosas rojas y blancas.
La Virgen con el niño en brazos, con cariño los esperaba.
Esta es la tierra de mi amada, la que yo quise y ella me amaba.
Ahora voy a su tierra, tierra noble, soriana, de noches de luna clara,
yo voy triste, pero su alma me acompaña.