Tu voz llegando sobre mí,
derritiendo con su olor,
la inmutabilidad de los relojes.
Tus dedos,
peines de mi pelo,
volviéndome más bueno y tuyo.
Tus ojos aliviándome del viaje,
llevándome desde un rincón,
al cielo abierto.
Tu piel vistiéndome las manos,
poniendo la razón sobre la cama,
sembrando de alas las palabras.
Tu labios sellando las verdades;
besos de espacios y motivos,
sabor que siempre es bienvenido.
Afuera:
ciudad llena de pájaros y gente,
ruidos,
semáforos,
zumbidos.