Es agradable observar
la calle desde una ventana,
sentados frente a la estufa,
vestidos con mucho abrigo
y bien calzados también.
Así estaban ese día
de invierno mi madre
y mi joven hermano;
la radio tocaba música
dando fondo musical
al diálogo que mantenían.
Al parecer, en un tácito
acuerdo en ese día
los vecinos decidieron
encerrarse en sus casas,
dejando vacío al pueblo
sin personas en las horas
dedicadas a la siesta.
En la calle mucho barro
por la helada endurecido
se veía como un vidrio
de diferentes colores.
Mirando hacia fuera
vieron a un niño descalzo
que vestía escasas ropas
caminando por la escarcha.
Mi madre salió a llamarlo,
pero él ya había pasado
a la la calle lateral.
Ella envió a mi hermano
para que lo llamara
él volvió con el chiquillo,
que se acercó a la estufa
para calentar su cuerpo.
Todo en él era temblor
y los dientes no cesaban
un fuerte castañeteo.
Cuando se tranquilizó
mi mamá le pidió
que midiera zapatillas.
Eligió un par adecuado,
lo calzó agradecido,
contento con su calzado
sonrió y salió corriendo.
El niño agradecido
nunca olvidó ese gesto.
Transcurridos muchos años
a veces se encontraban
los dos jóvenes;
uno con gesto tímido
saludaba con un brazo
diciendo un suave "chau"…