Pasados estos años, el entorno ya casi que me ignora
y ha cambiado el objetivo de su esmero.
Advierto sin esfuerzos que hijos y nietos son los preferidos
del boscaje y del río y su rumoroso paso… y del álamo añoso.
De las mentas ribereñas de la menguada acequia, y del sol…
y de todo lo escondido detrás del pinar.
A mí me sigue prefiriendo ese silencio intenso y creativo
y se deja contemplar mansamente mi paisaje amado.
Ellos, son ahora el objeto de la avidez de caballos y el corral,
de los vientos y sus cantos y del cielo que los acapara.
Me ha quedado a mí el cantar de las alondras y el zorzal,
la sombra del roble, del tilo y de las moras… y la brisa.
Los escondites de los hongos sólo son para ellos, y lo son
las huellas de herraduras, el camino real y toda inmensidad.
Soy dueño del alba en el rancho, la galería y de la visita
del calafate, y de los rojos manchones de verbenas.
Admira el valle sus bríos, sus alegres alborotos y el gozar
del privilegio de los arrestos generosos que los inunda.
Y a mí me mira el tiempo complacido de mi certeza eterna
entregado a la paz de un descanso que se apoya… en ellos.
De mi libro “Del sentir que reverbera”. 2018 ISBN 978-987-763-458-7