Gerardo Barbera

LOS BARCOS AZULES

 

44

 

El tiempo pesado y seco se ha ido con su crueldad,

no hay bofetadas en las sombras, sacude esas cenizas,

hasta que tus ojos se cansen de tanto mirar el horizonte,

aférrate al cielo como el águila infinita,

deja el ancla bajo la tierra,

que sea transparente el aire al compás de tus alas,

ya el mar se llena de gaviotas, y las olas te esperan,

se han vuelto azules los barcos en mi pupila.

 

45

 

Adiós a la Casa Grande, la luna está muy lejos,

tendré que irme con las manos envejecidas,

temo espantar la magia de esta primavera,

he quedado igual que un vaso frente al espejo,

espero bañar mi rostro, tener fuerzas para trepar

y entregar este silencio a las estrellas nocturnas,

quiero tocar el rocío del jardín,

mirar por última vez mis rosales, los naranjos

y los lirios del campo.

 

46

 

El café sin sabor, siento la caída,

el peso bajo mis huellas,

y tendré que sonreír,

hablar de nuevos proyectos.

El viento áspero en la ventana,

lloro frente el mar que apenas escucho,

lavo mi cara, arreglo el poco cabello,

escondo en mi corazón, la distancia y ese pesar,

me coloco la máscara

y el gusano temeroso se hace ángel de fuego.

 

47

 

Se irá, lo sé, mi Hija partirá,

y me alegro, de verdad.

Ella estará con la Madre, el Hermano, sus Amigos,

y tal vez, antes de morir, estaré con Ellos,

aunque sea un instante.

No haré ruido,

sacudiré el polvo de estas cajas,

todo es amarillo, las fotos, las miradas,

ya alumbran las primeras estrellas,

se despide el jardín, mis días, los recuerdos.

 

48

 

La Casa Grande, donde estaba la Abuela,

“anda a barrer el patio”, el Abuelo callaba,

recogía las hojas; se sentaba, así vivió.

La Señora que ayudaba a mi Madre,

¿estará viva?, ¿cómo se llamaba?

¡La Catira!, ¡Por Dios, ese no era su nombre!,

las ondas de la neblina son pálidas,

es duro el camión de la mudanza,

cerré la puerta, quedé solo,

un manojo de llaves entre mis manos,

los postes sonámbulos y encorvados,

la vida se hace vieja esta noche,

ya casi llegamos,

“Irma Cristina”, qué habrá sido de esa Señora.  

 

49

 

El apartamento, “tipo estudio”,

un cuarto, una sala, un baño, una cocina, un fregadero.

todo es blanco, no hay ni siquiera un espejo,

de verdad, puedo tocar el techo.

Aquí estoy,  sentado en una silla,

hablo, sonrío, no hay nadie,

podría ser más sencillo, sin dolores inútiles,

como si yo fuese el sol,

colocaré este espejo en la pared del baño,

un sol de pocos cabellos,

no encuentro la almohada,

mañana será otro día.

 

50

No se aparta de la ventana,

el mundo se hace inmenso,

volará, lo sé, como las aves y las flores,

cuando llegue la primavera,

Ella habla y habla de sus planes,

de la Madre que la espera,

del Hermano que la quiere,

“ven con nosotros, papá”.

Yo quiero ir y estar con Ellos,

no sé como decirle la verdad,

mis zapatos rotos, el otoño sin hojas,

la quietud debajo de la puerta,

el nido olvidado entre las aguas.

 

51

 

La voz oculta entre en vaivén de las olas.

Mi Hija se va, yo lo sé,

la Madre le espera,

mi Esposa cansada llora a lo lejos;

tal vez, mi Hijo me recuerde,

quiero hablar de mis cosas

saber de sus vidas,

conocer lugares tibios,

mejor voy a dormir, soñaré que estoy con Ellos,

no habrá viaje para mí.

 

52.

Dejarme aquí le partirá el alma,

a lo lejos todo es verde,

un boleto oculto, letras tímidas,

sus lentes opacos, hace frío,

Ella habla, llora, abraza, llora,

la mañana queda inerte, en silencio,

ya están llamando, adiós, Hija; tal vez,

para siempre.

 

53

 

Sobre una rama de la palmera agoniza un nido abandonado,

el viaje es imaginario, inexistente,

mejor me acostumbro, no hay barcos azules,

ni más puertos que estas playas.

 

54

Miro las ruinas dispersas,

\"Charcutería la Feria\", sin luces,

ya no hay patio, ni rosales,

Ellos me esperan, creen que iré pronto,

y estaré en cada cena,

yo cortaría el pastel de fresas,

cansados de las mismas historias,

dormiría junto a mi Esposa, como antes,

en la Casa Grande.