Solíamos andar a vueltas con la suerte,
desentrañando enigmas de arcanos del tarot,
intuyendo en los astros trazos de porvenir,
interpretando los posos del café apurado.
Y esperábamos.
No osábamos mirarnos,
pensar, tomar las riendas.
Nos gustaba sentarnos sobre la hierba fresca
o en la arena quemada del siroco de agosto,
desafiando al destino a desvelar el misterio
que acechaba entre líneas aún por escribir.
Murió la inopia.
Tánatos asomó al umbral
y no valieron sueños.
Izamos velas,
prestos a navegar
a puertos ciertos.