Miradas que dibujan verdades.
Tu halo me sustancia, no tu materia.
El gotear constante de la arena
que la brisa dispersa.
Mil primaveras pendido de este abismo.
Esa maroma desoye la ley del silencio.
Entrego el estertor de mis fuerzas sobre el quiebro
de la piedra que me sostiene.
Las manos se craquelan crispadas de impotencia.
El fondo del precipicio no se advierte a la vista porque
La luz que entra por la ventana se muestra insuficiente.
Dentro de ese berengenal es dable un infierno de
Dante con todos sus abalorios, y todos sus Virgilios.
Una niña se me arrodilló cuando apenas trasponia el
umbral de la iglesia.
Tomó una pequeña porción de agua bendita, que me ofreció
con la dicha derramándose de sus ojos.
Fue insuficiente.
Todas las bendiciones del mundo claudicaron a mi sed.
Misericordia en los altares.
Hay casas que se abren cual flor, cuando el frío acecha.
Mis almohadas no dan abasto a tantas mejillas que
patinan de humedad ante el relente.
Miradas que valen un poema de Machado porque
resudan filosofía por todos sus poros.
Allí sigo, abajo del camino que lleva a la cabaña.
Allí sigo, desnudo y mudo, al abrigo del solo sarmiento
que me araña.