Los brazos fuertemente apretados,
como cuando lo hacía a solas,
intentando que se atenuara el frío,
que la ausencia de tus brazos provoca.
Deseándote con inusitada furia,
pasión capaz de remover las entrañas
de la tierra, pues en verdad puedo
tenerte ahora que oyes mi alarido.
Cubierta de carne y sangre de mujer,
pero distinta a la que antes era,
que se entrega, que se quiere sentir
tuya, poseída y amante de un dueño.
Los susurros al aire, buscando que mi
boca te nombre, cuando
a mi espigón vienen a romper tus olas
y haces a mi mar estremecerse.
Ahora sí mi vida, ahora ya nos toca
devorarnos y sentirnos
vivos cada segundo que podamos
y apagar la luz al día,
para seguir amándonos tantas noches
como nos debía la vida…
Pilar Gonzalez Navarro
Junio 2018