Alberto Escobar

Urdimbre

 

Que el niño que llevo dentro
no se avergüence del hombre
que soy.

 

 

 

 

 

 

 


Cuando el suspenso me transporta al pasado
hay ocasiones en que me adivino sentado a la
mesa de aglomerado caoba bajo la ventana.
Sobre ella dejaba reposar una hoja de papel,
que mi padre traía del trabajo para borronear.
Sobraban a espuertas del trajín de papeles
que poblaban sus horas de oficina.

Tenía la costumbre de estudiar en voz alta.
Necesitaba escucharme...
Puedo recordar internarme en la Grecia clásica
disertando cual si fuera un reputado filósofo.
Me concentraba mejor así.
Me ayudaba a expresar lo que aprehendía.

Comprendí que no dialogaba con los clásicos
sino conmigo mismo.

Adoro la filosofía, me alumbra el camino a seguir.
Mis padres en el salón vivían ajenos al contenido  
de las cuatro paredes que me aislaban.
Hollaban sus caminos ignorantes del proceloso 
mar que se debatía aquende mi piel.

Al son de esta oratoria iba tejiendo mi ideario.

El niño que era entonces se embutía sin ser 
advertido en el hombre que me caracteriza.

Como el elefante en la serpiente del Principito.