Jamás olvidaré
las riveras de los ríos,
ni las orillas de las quebradas,
que me vieron nacer,
testigos de mi niñez.
Ni las hermosas noches de Luna
cuando, al son de guitarras,
mitos, leyendas y cuentos nos narraban
y en valores nos formaban.
Y cómo olvidar tus sones,
abozaos y tamboritos,
danzas y contra-danzas,
bundes y pasillos.
O tus jotas chocoanas,
sangrientas y careadas,
todos aquellos ritmos
que en tus ríos se bailan.
Ni tus velorios y gualíes,
sepelios y novenarios,
el trisagio y el rosario,
el buen morir y los alabaos.
(¡Oh, los alabaos,
cantos de resistencia,
que en la vida y en la muerte
siempre están presentes!
Pero, ¡ay del que se muera
durante la fiesta de un santo patrón!
la familia lo despide solo
o se entierra después del jolgorio).
Ni a tus gentes siempre amables,
sonrientes por doquier,
trabajadoras y honradas,
honorables personas de bien.
En vos, Chocó, yo nací,
floreado y en paz siempre te vi,
y por eso mi inspiración hoy
este verso te escribe a ti.