Aquél día en la mañana
apareció un olor extravagante, que
suave y necio
me hacía imaginar las mejores
maravillas que, un humano
quisiera presenciar.
Eras como un espejo reflejándo,
la luz de un campo amaneciéndo.
Despejado de toda prisa, ternura
siento al olerte, escarbando
aquel laberinto en mis pensares,
el gotero de alegría se prende en mi.
Una silueta de Diosa, con
cintura bien proporcionada
con un retoque de mano obrera
la flor del alba que te espera, y,
satisfecho con los resultados
salgo a nuestro encuentro.
No eras más que un camino
un camino ilúsido, enormemente grato
que de mis dedos brotan esferas
huídas de tus garabatos.
Y aún así me aferro
a tenerte en aquel castillo, semi-desnuda
que caminas con tus pies descalzos, sobre
las alfombras de mi morada.
Por eso al olerte,
nunca me canso de pensarte.