Te recuerdo desnuda, desolada
con heridas en todo el cuerpo.
Tus cabellos raídos y desgreñados
desafiaban la gravidez de tu dolor.
Tu vientre convulso se agitaba
con las aguas negras
que iban por largos conductos
mal olientes llevando espurios
escupitajos de los hombres y mujeres
que libertinamente desafiaban
tu piel ennegrecida por el sol y
dejaban morir los cerezos en
tus viejas canteras de cenáculos
y odres que se fraguaban
con piedra azul y arcilla.
Oh ciudad ría. Oh Guayaquil
tus arquitectos te diseñaron
sin entrañas, sin madrigueras
y tus hijos tuvieron que ir
ahuecándote, liberando tus
entierros, rellenando esteros
y arrancando el manglar
para poblar el gentío.
Las hordas de mosquitos y plagas
desafiaban al mas valiente
y tus calores de juventud
encendían la voluptuosidad
de tus cholas enamoradas
del señorito de ciudad y del
engominado de levita y dril blanco.
Las cantinas donde se bebía
el aguardiente de la brava caña
copiosamente buscaba el gañote
de los valientes Huancavilqueños.
Allí entre melodías añejas de
viejos vinilos de 45 y tocadiscos Víctor
tus hombres maceraban sus amores
de livianas criollas,
tiernas andaluzas y francesas
que llegaban a quedarse a
plantar rosales en el oloroso
lodo del mangle porteño.