* Y un hondo penar se confundía con las olas
-y se sumergía en ellas
-y era volteado por ellas
y cuando recalaban en la arena, en lágrimas de canto romo
que de tanto rodar, de tanto usar,
se volvían sal
y allí se quedaban, esperando siempre tu retorno,
-Ay compañero del alma,
cómo te sufro, cuantos anhelos, como te extraño;
que extraño el pasar del tiempo que envejece las hojas
y las muere, las alza, y al final
son un manto para los pies descalzo
del marinero perdido en tierra que llora la pena
con lágrimas secas y saladas.
* Cuanto mar abandonado que con cada ola reclama
lo robado, con cada abrazo vacío se ahoga en la pena
y se resiste a morir en soledad y estío.
Los brazos ondulados, incansables, no paran
de buscarte en nuestras arenas que guardan las huellas
de tus pies descalzos.
* Ay amigo del alma
compañero de sendas que desembocan en nuestro mar,
aquel que de niño veíamos
y con lágrimas saladas enjugábamos las risas
-y saltábamos
-y corríamos
-y nos sumergíamos,
para luego ser dos almas tendidas bajo un firmamento
de promesas que nunca se cumplieron.
* Y así compañero de senda, olas y arena,
se fue cumpliendo la profecía:
nada de lo que nunca llegue al horizonte será realizado:
los sueños que mueren desgastados con ese canto rodado:
las piedras del camino que fueron expulsadas de la playa:
nuestra playa de ayer, nuestro mar de entonces.
* Que lejos la luz del amanecer, que extraño el viento que no veo,
ese que entonces levantaba remolinos de arena en nuestras venas
y nos empujaba hacia la libertad que nos fue negada.
* Ay compañero, donde estás amigo del alma,
-grita que te pueda ver!
saca la lanza aquella con la que pensábamos liberarnos
de las alimañas invisibles,
pon en guardia las defensas y corramos de nuevo por la arena,
y a ser posible, vuelve con la mochila de entonces,
aquella cargada de sueños, de rosas y promesas como tatuajes.
-Ay de mi soledad amigo mío,
cuanto me pesa el paso del tiempo que nunca vuelve.