Los Dos Ciegos
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Por una pradera bajaban,
llegaron al cuartel,
un policía le pregunta,
-“¿qué sucedió aquí?”-,
el ciego mira al otro ciego,
en un momento tan irreal,
pero, tan verdadero,
como si mirara por los ojos,
y el otro ciego queda callado,
en su ambiguo desenlace,
no enreda lo que ata la cobardía,
cuando quiso soltar todo por la boca,
pero, calla en un instante,
y expele una amarga lágrima al caer,
cuando quedó sin distancias,
ni con bifurcar todo aquello que sucedió antes,
entonces, le contesta al policía,
pero, más calla,
y el que calla otorga,
se incrimina más,
o no sucede nada,
pues, si todo pasó,
como hoja al viento volar en el otoño,
como el mar abierto y sin calma,
rompiendo las olas entre rocas verdes,
de algas o como la hiedra grabada,
quedó sintiendo coraje,
y de otra vez caerle encima,
al pobre hombre ciego,
como él,
como la misma ceguera que le cegó el corazón,
y dijo como dijo Jesús, una vez,
-“¿Cómo un ciego vá a guiar otro ciego?, -se caerán por el hoyo-”-,
y así fue,
cayeron por el mismo hoyo ciegamente,
y cuando salió del cuartel,
le dijo al polizonte,
-“ay, lo tienes para que continúe guiando, pues, a mí me guío y me dejo caer también”-,
-“no puede un ciego ver más de lo que vé”-,
pues, sino vé es que no vé,
caminó pradera sin abrir los ojos,
y… cayó otra vez por el mismo hoyo…
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