Según los puritanos de la época
los actores sólo eran cocodrilos
que engullían voraces la pureza
y la santa castidad de las personas.
Pero el genio se movía como un lince
entre el vaho apestoso de las víboras,
con apoyo del gobierno isabelino.
No fue rico por sus obras literarias
aunque sí por los trabajos actorales,
y a excepción de casi todos los artistas,
fue cortés, atildado y comedido.
Admiraron los nobles de Inglaterra
sus comedias, sus dramas y sonetos,
hasta el día en que, junto al español,
acabó para siempre con el brete.
Hoy se leen sus obras inmortales
con parte del fervor con que lo harán
los futuros pobladores de la Tierra.