La Poesía es un botiquín de primeros auxilios.
Salgo del inframundo.
Fotones como venablos malditos vuelan en picado hasta
impactar brutalmente sobre mi desdibujado rostro, que
se me desvela como emergiendo de un naufragio.
De pie sobre el lavabo insípido e inodoro.
Rebaño de los ojos el legañal que me ciega con porfía.
El pelo vuelve a tomar forma entre la maleza que emerge
de las sábanas como un trombón que anuncia el engaño.
Ya recolocadas las piezas me dejo enseñar al establishment,
sin esperar su juicio, aunque aprobatorio.
Descanso de no cansarme.
Engullo parodias televisivas de lo concerniente frente a un
desayuno mudo que desaparece sin mediar un solo adjetivo.
Apago el hastío para hundirme en el légamo blanquecino
de lo que se sabe todavía.
Me lanzo desde la peña más próxima a la ribera
que llena mi ventana nada más nacer cada día.
Surco las aguas a brazadas lentas hasta un promontorio
que asemeja un nido de robinsones hambrientos.
Salgo a la intemperie.
Recibo la bofetada energética de un rocío tan
húmedo como tardío.
Agradezco a las flores que perfuman mis aires
su compañía de arrayanes, aunque me hacen una
mueca de desdén con solo mirarlas.
Una silla se me abre como una flor al alba.
Me dejo engullir cual vulgar mosca víctima
de las pinzas de una Venus maligna.
Pongo mi salsa a cocer durante unas horas,
me salpimento al gusto y me emplato.
Buen provecho.