En un valle, a orillas de un río había tres árboles centenarios(un pino doncel, un nogal y un almendro) que, a pesar de que sus troncos se encontraban distanciados varios metros, con la envergadura de sus ramas permanecían en un continuo abrazo. El pino, que era el de mayor tamaño a pesar de ser el más joven, debido a su rápido crecimiento, estaba situado en el vértice norte. De esta manera protegía a sus dos compañeros del gélido viento invernal con su frondosidad perenne, lo que era muy de agradecer por parte del almendro, ya que en febrero proporcionaba a su floración un valioso abrigo. El nogal era el más próximo al río, pues demandaba más agua que sus compañeros. En torno a ellos se había formado un ecosistema único, en el que corrían varias especies de roedores, anidaba un gran número de aves y se abastecían de polen multitud de insectos. En primavera el bullicio era casi ensordecedor y los tres árboles observaban a los animales con cierto recelo, pues sus raíces los mantenían anclados al suelo impidiéndoles moverse, y a menudo anhelaban saber qué había más allá de lo que sus copas les permitían ver. Este deseo llegó hasta tal punto, que determinaron fusionar sus frutos con el objetivo de crear un ser con la capacidad de caminar. El pino puso la robustez de sus piñas y los ojos apiñonados, dotando a la criatura híbrida de una fuerza colosal y una vista de águila. El nogal aportó la cabeza con la inteligencia que ofrecían sus nueces. Por su parte, el almendro contribuyó con la energía de sus proteínicas almendras, y completó la hibridación proporcionándole los pies con los que habría de recorrer largas distancias. Cuando la mezcolanza de frutos secos cobró vida, nació Nualpi, que antes de despedirse de sus tres progenitores vegetales, prometió llegar tan lejos como le fuese posible antes de regresar para detallarles las aventuras vividas en su viaje...