El cielo cae. Cae en gotas, en rocío y en sus sueños. Cae sin previó aviso, sin avisar a nadie. Sólo cae. Cae por que ya no puede sostenerse por sí mismo, le pesan las nubes y los astros. Se desvanece con el tiempo y con todos los muertos cristianos que fueron buenos en la tierra para ganarse un lugarcito en aquel cielo que cae por tanto peso. Se derrumba la casa del gigante con esta caída, ya no le quedan guisantes y los huevos de oro aumentan en demasía, por lo cual el cielo ya no puede soportar y cae. Cae como esas lágrimas fortuitas que derrama la amante al ser despojada de sus deseos y obligada a sucumbir en la abstinencia carnal. El cielo cae, de la peor manera... nadie lo nota, nadie lo observa todos se fijan en las galaxias y sus estrellas. Pero por el cielo nadie hace ninguna protesta. Uno que otro alza su voz por el calentamiento global, por la capa de ozono o por que el sol pareciese encandecer fogosamente en sus frentes. Y del cielo que cae, nadie dice nada. El cielo cae. Cae.