Ámame un rato, un día, una tarde en un café.
Ámame con tu risa un poco menos escandalosa que tus ideas, tu risa es un recoveco casi perfecto, eres una belleza extraña, tan extraña. Tu belleza no se contempla sólo se siente, tan profunda que no eres una imagen casi tienes peso en el pensamiento.
Ámame como puedas, no es necesario la proeza, para hazañas los héroes para las adicciones la gente, ámame con tus ojos en un violento segundo en el que mis entrañas se precipitan al vacío y no siento sino miedo.
Ámame un rato, un día, una tarde en un café.
Ámame en la despedida, con la boca entreabierta mientras me susurras adiós, ámame de cualquier forma, mientras caminas o lees, mientras decides la cena o tomas una cerveza.
Ámame cada vez que me piensas, piénsame cuando te des cuenta de que estás harto de amar sin perder la cabeza, ámame con todos los porqués y los sinos que tengas, que te estoy amando con todos mis acentos, en la brevedad de una palabra que aún no se pronuncia y en la eternidad que suele darnos el silencio.
Ámame desde tus rincones, desde ahí donde sólo tú has caminado con tus sombras y reflejos, con tus pasos entre el miedo, ámame un poco, un instante, en la alegría tan efímera, en la duda que da vueltas, ámame de alguna manera mientras tocas las formas de tu cuerpo o tocas por qué no los extremos de tu pensamiento.
Ámame en ese lado vacío de tu cama, en lado que sigue vacío dentro, en las ganas inapropiadas de ser gente, en las noches largas que tenemos los humanos, en la paz que perdemos cuando pensamos demasiado, y sino en las tormentas de tu pensamiento.