No me mira la niña de mis ojos
desde su aposento de flor dormida,
me duele su indiferencia de abrojos
que cual veta de carne dolorida
quemante como hielo, como rastrojos.
Hoy la miro con mi alma entristecida
sus pestañas ausentes y olvidadas
de mí huyen, a mis ansias enlutadas.