Yo no sé decir mi cuerpo,
se me quebró una noche
y sus nombres se perdieron.
Sangró por finos cortes,
fue quemado en días ebrios,
pero yo no estuve en él;
no sentí el dolor,
sólo vi su piel con marcas.
Entre mi cuerpo y yo
no había palabras,
lo habitaba como se vive
en una casa abandonada:
temiendo el desalojo.
A veces venían a verme,
oía que me llamaban,
tal vez me acariciaron.
Oculta en el sótano
o al borde de la azotea
esperé su partida
para llorar su ausencia.
Yo no sé decir mi cuerpo
por eso digo barranca,
grito escombro,
asco de humedad, lo proclamo
hilo en que me deshilvano a diario;
lo declaro campo de sal,
donde las palabras
mueren sin dejar huella.