Alejandro Tapia

Perdido.

Perdido.

 

Cielos anchos y abiertos salpicados de estrellas,  crean  esas noches que refugian amantes y que calman penas.

El aire frío que entra llenándome de azul fresco los pulmones. Rodeado por casitas y bosques recibo amaneceres que me enjuagan la vista, encuentro en mi mente fulgores que pensaba que ya no existían y ecos de voces cuyo sonido en realidad ya no preservo pero que  mi vida siguen rigiendo, como las risas de mis abuelos.

Olor a tierra húmeda, a cuerpos de mujeres de esas de ropas ligeras, sonrisas sinceras, exquisitas tetas, que llevan en su piel el sabor del mar. Mujeres de labios rosados de labios carnosos, sabor a sangre sabor a amor.

  Nocturna serenata para mi soledad, clamor de ancestros, de figuras y astros.

Yo aquí sentado en este valle inundado de luna con los ojos en lo más alto pensando ¿quién habrá estado aquí antes que yo?

Y el cielo que  también me mira manda a encender otra almenara plateada pues sabe reconocer a los perdidos con tan sólo vernos la cara.