Colgado en el vacío,
vive el que huye.
Sin Norte ni camino.
En sus hombros la carga.
Toneladas de mitos.
Tropezando en sus pasos,
con miradas de olvido.
En su afán de esconderse,
en las tinieblas vive.
En la doble condena,
de preso y de ser libre.
Desorbitados ojos,
buscando la clemencia.
Como el naufrago otea,
las inmensa superficie.
En sus ojos dos fuerzas,
que atan las cadenas.
La de sentir la vida,
como en una tormenta.
El abismo insondable,
de la esperanza muerta.
Paraliza la sima,
cuando al verte te mira.
Su negritud te absorbe,
como el tifón te lleva.
En el rostro una mueca.
Un gesto de impotencia.
Un rictus que denota,
su infinita impaciencia.
Los otros se desplazan,
sin darse apenas cuenta.
Colgados de sus cuitas,
cual fútiles pavesas.
El sonido se agranda.
Y se ensanchan las venas.
El aire se desplaza,
feroz como galerna.
En sus brazos el fuego,
de su profunda hoguera.
Esperando otros brazos,
que sus ansias resuelvan.
En el fondo ladino,
de su profunda pena.
Se deslizan cuchillos,
que la carne laceran.
Los huesos se retuercen,
como trenzas de arena.
Los ojos ya están secos,
de mirar hacia afuera.
Una voz se ha colado,
en su armadura inquieta.
Penetrando en el alma,
que suspiraba quieta.
El dolor se diluye,
como rancia manteca.
Agridulce la sangre,
se abre paso hacia afuera.
Dando color al rostro.
Una sonrisa a medias.
Un brillo inexistente,
en pasadas vivencias.
Como un jazmín florece,
en la intrincada selva.
A. L.
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