Quién como ella sabría entender
de miradas, de gestos, de costumbres,
de contarnos, de vivirnos el mundo.
Aun tras eones
sorprenden silencios, enfados y gozos.
Querencias que endulzan,
evitando que un giro nimio
exponga al deterioro.
Sentada con la cabeza inclinada hacia el hombro,
se pretende serena y conjuro de súplica.
Habla del engaño:
-Yo puse,
la jeringuilla ahora vacía, la cucharilla y la goma.
Cariño, nos estafó la vida.
En medio del desecho camastro,
protegiéndose acurrucada.
Gesto de peonza… Quieta.
Sonríe, aun tumbada.
Derrotada el alma otra vez,
miro la puerta cuando, al fin, se va.
Deja en la mesilla billetes
de sonrisa, de ternura, de embrutecida paga.
De nuevo en la calle,
la farola que al anochecer la protege, se enciende.
Una fogata calienta a través de las medias de malla, esperando.
Estribillo de amor al peso,
amor de hombre.