Alberto Escobar

Lloro

 

Reos que escapan 
de la cárcel de mi alma.

 

 

 

 

 


No acabo de romper.

La emoción que me empuja desde el sur me une a mis hermanas,
que se sienten asimismo empujadas por igual torrente.
Parece que el dique que nos contiene no soporta los recientes
aguaceros, se abren vías de agua que refrescan los sombrajos,
que alivian la tensión a flor de piel de aquello que todo lo ve.
La sangre se me agolpa como yeguas en celo, que atisban como
duendes la llamada de lo salvaje, que se convierten en testigos
de excepción de cataratas que arrastran pequeños seres.
Me da la sensación de que el espécimen globular que me alberga
se está mostrando inerme, acabado a la deseada contención, sin
que quepa albur que contradiga lo que ya alborea.

¡Nos toca a nosotras por fin, compañeras del alma! ¿Estáis
preparadas para dar el salto y prorrumpir corriente abajo como
un hilo de lava?
Pues ¡Allá vamos, me parece estar deslizándome por un tobogán
por salado ya lechoso, qué divertido!
¡Es la velocidad que estamos tomando de tal calibre que me veo
desaparecer a cada milésima de segundo, me muero!!!

Esquela mortuoria:
Una lágrima cualquiera y sus hermanas quedarón enjutas,
casi incineradas, a los pocos instantes de galopar como
galgos de carrera de unos minúsculos guisantitos húmedos
que yacen como lapas en el último rincón de unas orondas
ventanas que permanecen al norte, con todo su esplendor,
abiertas a la sorpresa.

Descansen en sal.
Nunca os dejaremos en el olvido.
Gracias por permitirnos gozar de la maravilla
que significa la vista.