Traes en los ojos,
el color de la noche,
y días claros,
con fuego;
en ellos brilla
la fugacidad del aire.
El mar canta en tu rostro
su canción de sal y espumas,
paseando su voz
desde el cuello
a la cintura,
desde los muslos,
hasta la curva de los labios,
donde nacen las sonrisas.
Yo me subiría a tu abrazo,
besando lo que existe,
arena,
misterio,
fragilidad,
lluvia;
la ciudad
donde vuelas para que yo viva.
Por ti puedo ir tan lejos,
dentro de tu vida,
quedarme ardiendo,
en el tiempo,
en los pasos,
volando al centro
de todo lo que animas.
Eduardo A. Bello Martínez
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