Si mis labios tus labios probaran
y llenaran de fuego tu boca
con el beso que nunca se ha dado
y que cubre las almas de rosas
con fragancias jamás aspiradas;
me darías del mundo la gloria
y los santos de algún paraíso
envidiaran la dicha grandiosa
de sentir las caricias supremas
que las fibras del alma acaloran,
y que llenan la vida de ensueños
con sus dulces y mágicas notas
y nos llevan con alas de plata
al olimpo de ninfas fastuosas.
Si tus ojos mis ojos miraran
con miradas que anhelos provocan
con sus luces radiantes y tiernas
que suspiros al pecho le brotan
y que salen cuajados de flamas
que se esparcen en nubes gloriosas,
que se siente que viajan de prisa
en el vuelo de blancas gaviotas
esperando alcanzar los reflejos
que despiden tus iris de diosa.
Y por ese estupendo regalo
de observar en tus ojos la aurora
a tus plantas me quedo rendido
adorándote bella amapola!
Si mis manos tus manos sintieran
que tranquilas y tibias las rozas
me quedaba extasiado creyendo
que las manos de Venus me tocan,
que me inundan con gran sortilegio
y de llamas olímpicas colman
el deseo mortal que me abruma
por tener de tu cuerpo su aroma,
y saciar mi lujuria tan fuerte
en los vinos que llevan las copas
de tus senos turgentes y frescos
que destilan pasiones que flotan
en el alma, en el cuerpo que siente
que los vientos de amor se convocan
y convierten los llantos en risas
con perfume de rojas gladiolas.
Autor: Aníbal Rodríguez.