Descubro
la piel cansada
de mis manos,
gastadas de esperar,
de afanarse
en el tejido
y el bordado.
Ajadas
como esas hojas
olvidadas
de otoño;
mis manos
frecuentaron
la tierra madre,
el sagrado huerto;
y acariciando pétalos,
dieron de beber
a los árboles solitarios.
Plantaron crisantemos
y lozanas margaritas,
y se fueron gastando
en hornear panes
y tortas
con aroma a vainilla;
y en las tardes
de ilusión
crearon bufandas
y vestidos con blondas
exquisitas.
Hoy observé mis manos
y ahondé
en las grietas
que les dejaron los años.
Mis manos
hicieron trenzas
con cintas de amor
y secaron lágrimas
de infantiles rostros
amados.
Mis manos
envejecieron
unidas
a mis plegarias,
y de ellas
nacieron cantos
de lluvia,
de silencio y llanto;
y alguna tarde
estarán ya quietas
y en la sombra,
mis marchitas manos.
Ingrid Zetterberg
De mi poemario
\"Ciento cincuenta poemas del alma\"
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