La fuente de su ingenio chispeante
brotó a raudales los primeros años
como río sin fin, hacia el futuro.
En medio del latín y la retórica
comenzó a saborear desde temprano
el diálogo, la epopeya y la tragedia.
Al filo de la oscura intolerancia
lo atrapó La Bastilla,
moldeando sus primeros versos.
Tuvo un trato demasiado familiar
con algunos monarcas y princesas
que quisieron alejarlo de París.
En Suiza decidió pulir sus obras
para gozo de los siglos que llegaban,
y volviendo a su tierra consiguió
lo que tantos artistas no alcanzaron:
Alumbrar el pensamiento de los hombres
como un Sol sin ocaso.