Descubrirla fue degustar su esplendor
y la inmensa ternura de su genio.
Dijo Flaubert que sería recordada
como gloria singular
en el futuro de Francia.
Una justa visión sobre la vida
enmarcó sus amores con Musset
y Federico Chopin.
Practicó sentimientos de amistad
con diferentes artistas de la época,
y habló de lo fugaz del tiempo
con pasión tan desmedida
que capturó a Dumas en las redes
de su eterno comienzo del vivir.
Antepuso a la pasión política
una fuerte pasión por las ideas.
Sensible y espontánea,
llegó a sostener públicamente
que la poca instrucción de la mujer
era el más violento crimen
que los hombres cometían contra ella.
Demostró con toda intensidad
vivir sus obras antes de plasmarlas;
tildó de asesino a su adorable Alfredo
sin ocultar el ansia que sentía
por compañeros más jóvenes.
Invadió territorios masculinos
envuelta en humaredas de cigarro,
y luciendo atrevidas vestimentas
exacerbó los ánimos de entonces.
Lo más interesante, sin embargo,
fueron sus tantos deliciosos libros,
sobre los cuales la crítica europea
sostuvo sin ambages
que nunca una escritora había logrado
disección más refinada del corazón humano.