Como cuando se oprimen las carnes:
así sería un dolor, así también la desdicha.
Tendría la mente sepulcrada,
con porqués con pulmones gordos
que me asolarían el vigor en el pecho.
Desierta sería mi soledad sin ti
más, si tu ausencia no callara,
si tu figura dócil bramara en el meollo,
si tus muecas ardieran en la ojiva.
¡Ay! que ardores, y que flechas
¡Ay! que hieles, y que horrores
en el seno mío serían junto a mi mísero aliento
la marcha de tus latidos.
Si dejará de existir tu mano en la mía,
viviría muerto mi yo.