Salvemos:
la luz,
el toque,
la respiración,
el tacto,
el sabor de los besos,
la primera imagen
a ambos lados de la puerta.
Salvemos también,
aquel crujido suave
de los cuerpos,
las vueltas en la cama,
la voz abriendo templos,
las fragiles miradas
volátiles,
tibias,
con alas.
Copiemos
los años intactos,
almanaques y relojes,
las noches y su sombra,
la luz de los domingos,
el despertar del lunes,
las bocas y los brazos,
los versos y tu risa;
el viaje a la sorpresa
que nos moldeó
los labios.
Eduardo A. Bello Martínez
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