Quién iba a pensar que aquel bisojo
entusiasta de seguir a las muchachas
por los pasillos de la universidad,
sería en el transcurso de los años
uno de los padres del existencialismo.
Desde niño se dio cuenta,
a través de los rudos compañeros,
entre el cielo y el mar de La Rochelle,
que la violencia existe y no da tregua,
que el infierno son los otros,
que la soledad es un garfio venenoso
incrustado en el centro de la vida.
Decidió que los premios son la trampa
donde quedan atrapados los creadores,
y mantuvo su labor proselitista
criticando los abusos del Poder.
Que el hombre es una pasión inútil
y las cosas están llenas de sí mismas,
son densas, viscosas, contingentes,
sostuvo el ideólogo francés
hasta el último segundo de sus días.