Un pueblo sin amor y sin color,
uno de esos fáciles de habitar.
Al cuál fueron llegando hojas recién desvanecidas,
poco escritas y en ruinas;
por los soplos de un corazón dolido, insensato, con capacidad nula de visualizar la realidad.
Porque en ese pueblo, gris y ruin, solo se necesitan dos hojas para entrar: ser desterrado, o buscar serlo.
y en el mundo de aquel pueblo ver la realidad teñida de fantasía era suficiente
para ser la hoja perdida o el escritor desterrado.