Su joven mirada
despuntaba el día,
y la magia de sus ojos
se colgaba del cristal;
pretendiendo abrazar
un amor terrenal.
Año a año se fue empañando
el ventanal de su vida,
sin conseguir su anhelo
a pesar de su desvelo.
Su piel ungida
por la perpetua pasión
se adormecía en prisión
cual caricia dormida.
No pudo ser madre,
fue mujer,
y a pesar de querer
un hijo parir;
no pudo sentir
ese amado placer.
Envejecida en su lecho,
con un dulce suspiro
escribió en un papiro
el dolor de su pecho.
Jorge Aimar Francese Hardaick
Escritor y Poeta - Argentina
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