Había desplegado sus encantos,
mensajes atrapados en botellas
y arrojados al mar de la amistad,
por si alguna se abría y la invitaba,
añagazas de amor y de poesía,
a un elixir templado, suaves labios
en los que apaciguar su ansia escondida.
Encantos, como anzuelos, esperando
la leve sacudida en el sedal,
esperando la boca apasionada,
dispuesta a devorar sustento y hambre,
y a entregarse, sin más, a la llamada
que sus ganas le hicieran escuchar.
Quizás sólo esperaba a la otra parte
para cerrar el trato y ofrecía
dejarse amar por quien hubiera abierto
la botella, leído su mensaje,
mordido, sin reservas, el anzuelo
y elegido, sin miedo, ser su amante.
Acuarela de Vicente Pinazo