He estado pensando sobre lo nuestro, lo que planeamos a futuro, tanto tú, cómo yo.
He estado pensando en acoplarme a tus planes,
añadirme a tu espalda mientras me agarro fuerte de tu cintura.
He estado insistiéndole a mi mente que deje de pensar tanto el futuro y disfrute el presente,
porque es donde estás, donde estamos.
He estado pensando en ti y lo que te ha hecho ser tan importante para este hombre carecedor de sentido.
Y es que llegaste sin que te lo pidiese.
Solicitando entrar y abriendo la puerta de par en par en cuestión de minutos.
En pocos de días me había vuelto adicto a esa boca, a esos besos, que me robaban el aliento y que siguen haciéndolo.
Adicto a esas manos, que te sujetan mejor que un arnés en plena caída durante una práctica de alpinismo.
Adicto a tu risa, que me alegraba y alegra con tan solo escucharla.
Que, si fuese sinfonía, sería –por mucho– mi favorita.
No te miento, tuve y tengo miedo.
Miedo de que un día ya no estés más,
de que busque tus brazos, manos o labios
y solo encuentre un vacío infinito.
Pero, mujer, cuando me abrazas,
todo cambia, todo se me soluciona, los nudos se desenredan
y no me queda más que entregarme a tu amor,
a ti.
-ag.