La misma sangre que corría ayer por mis venas
hoy sale expulsada por la flagelación.
Esta realidad física parece calmar mis penas,
ya que es mejor que lo que existe en mi imaginación.
No siento el dolor emocional;
el angustioso rosal
que en mi mente habita
lentamente se marchita.
Y de la nada,
me convierto en nada.
Y de tal modo,
dejo de ser un todo.