Andando iba el miedo, cuando el ajimez se abrió y con grande malicia ahí se alojó.
Halló una casita con aires de amor, esperando llegada de un afable patrón.
Esta es la mía, vociferó el miedo mirando el reloj, minutos de ahogo, ganoso dolor.
Sacó una pala y un hoyo cavó, sembró las semillas de acerbo sabor.
Funesta sementera, cuánto terror.
La víctima llora, tumbada en horror.
He culminado, dice el maldito, y huye por trillo el proficuo martirio.
Ávido de vientos que expongan su caza.
Anhelante de alientos; de nueva labranza.