Sangre noble de la tierra de Atawilpa
Príncipe de los eternos verdes
Y de la incansable morada del sol,
Donde el tiempo no muere,
Y donde la solemnidad es eterna.
Al norte fuíste, te llevaron a la fuerza
Sin saber que ibas a enamorar
a la princesa mestiza del Sur.
Dos fuerzas imparables e inseparables,
El fuego abrazador del Cotopaxi
Y el ardor guerrero del Malón
Que la eternidad nos sorprenda
Amándonos en las brazas de la oposición,
Y en el arrasador fulgor determinado
De la sangre nativa y del español
Un mar y dos países nuestros cuerpos separan
Un cordón luminoso une nuestras almas.
Ni el tiempo, ni la distancia mermarán nuestro amor.
Porque lo nuestro no es del acá, ni del ahora;
Es sin tiempo, sin espacio, sin hora.
Vos sos yo, yo soy vos.
La Costilla volviendo a su cuerpo de origen
Vuelta a la armonía celestial,
De la creación musical del Gran Creador.