Ya no soporto ese aire confesional
que reina en las peluquerías
ni el aspecto de mago
que andan mostrando los peluqueros
-me rondan dando un giro
de trescientos sesenta grados
en torno a mi cabeza-
no lo soporto
marea el mundo
me marea marítimamente.
Mi baño es el santuario de mi transformación
y mi propia mano la que oficia,
corto mi pelo
con una vieja tijera que heredé de mi madre
y lo tiño dándome la espalda.
El espejo me asiste
me observo
me desdoblo desde mi hombros
y hago prodigios.
Soy una mujer sola
sin aires sacramentales
que ha aprendido los rigores de la simulación.