La vida destilada en estos versos
no ha de morir nunca,
la escribo estando vivo,
la escribo con amor y alma.
Escrita en cada tarde,
en la cafetería de siempre,
en la esquina de mi corazón
y la calle que lleva tu nombre.
Sobre la mesa del mantel blanco,
oloroso a tus recuerdos,
está la servilleta con tus labios
bordados, en hilo rojo.
Ordeno dos tazas de café...
bebo la mía... de último la tuya...
así tendré más sed al sentir los besos,
que dejaste en su borde tatuados.
Oír el eco de tu voz en el fondo,
libar lento el vino de tu mirar,
madurado en el último sorbo.
Cada tarde en la misma cafetería,
pido dos café para recordarte...
para seguir leyéndote a ti... Bella Poesía.