Madrid solo fue
un escaparate,
una ilusión aleatoria
donde jugar a la ruleta rusa.
Aposté todo para perderlo,
arriesgando tu nombre
y el tacto de tu sonrisa
en cada madrugada.
Y perdí.
Traté de ser rey,
pero la corte
solo necesitaba bufones
en las bocas de metro.
Quererse
no estaba de moda
o eso pensaba yo,
que la vida solo dura un instante.
Así que me disparé
un tiro en la sien
y acerté con la única bala
que se aloja en mi cerebro.
Madrid,
aún hoy
recuerdo sus calles
y el olor a humedad de sus tripas
escondiéndome de la realidad,
¡maldito caleidoscopio!