Cuando llegó a la cárcel,
cautivo por los genoveses,
fue como un bálsamo
sobre el tedio de los prisioneros.
Lo que contaba aquel hombre
venido de las tierras tártaras
donde míticos khanes en lujosísimos palacios
departían como dioses en un celeste harén,
sobrepasaba en mucho
la imaginación de sus congéneres.
Afortunadamente Rusticello consignó
en su Libro de las maravillas
las diversas aventuras del valiente veneciano,
homenaje también a Kubilai
protector de las artes y el comercio.