Envidio, a veces, a los escritores de antaño
golpeando las teclas de una máquina de escribir
para imprimir sus sueños en una hoja blanca
y desarrollar las historias que te formaron
educaron y te llevaron tan lejos
como profunda es tu alma
La hoja en blanco, provocándote
la cruel mecánica imperfecta de los golpes
vertiendo en tinta sueños, deseos, ambiciones
lágrimas, caricias y perdones
La soledad en tu hombro susurrando palabras
vertiendo el alma en tus párrafos
infinitos de visiones y esperanzas
ajeno al tiempo mientras desangrabas
las razones de tu temporal irrealidad
Eludiendo los callejones sin salida de personajes
huecos, de historias vanas, de deseadas muertes
de misterios inanes
Cabalgando palabras, siempre palabras
salvajes e iracundas, libres hasta que tu lazo
la amansa y domestica, para rellenar los cuerpos
y almas de quien ignoras su destino
Veo el vaso convertido en accidental pecera
donde nadan las colillas
y un cigarro apurándose en el cenicero
mientras el ritmo frenético se apodera
de la habitación y se hace música
para empujar tus dedos
Magia temporal que, de pronto,
se convierte en rabia destructora
que arranca el papel y lo destroza
para rebosar la papelera hambrienta
de tu desilusión
Envidio, a veces, a los escritores de antaño
y sin embargo
a medida que escribo se desvanece
la romántica visión de su martirio
y se convierte en alivio o empatía
porque mis ganas son las mismas
y mi proceder similar
y sigue siendo imposible no sufrir en la creación
en este parto mental que supone
organizar las precisas estructuras
que convoquen a tu espíritu
al ritual de la lectura
que te atrapen en estas líneas
con la esperanza de arrancar
tu sonrisa, tus lágrimas
o quizá provocarte
para que también expreses tu verdad
y llenes el mundo de mares de tinta
encuadernados o dispersos
y consigas entender que lo que piensas
es razón bastante
para ser expresado
Redención,
si te detienes porque otros lo han hecho antes
que tu
No has entendido que tu,
tu
eres
diferente
y lo harás diferente
y si no empiezas
nunca envidiarás a los escritores de antaño
y nunca serás feliz
aunque a nadie le importe
Porque nadie más que tu podrá
redimirte
del pecado original que no cometiste
de la marca de Caín
con la que un Dios airado
marcó tu estirpe independiente